—Esto parece una hidra, Daniel. Cada vez que preguntamos algo, aparecen más dudas. Ya no sé qué hacer. Escucha la grabación de Andrés.

«El barco iba viento en popa, bueno, no tanto, porque era eléctrico. Incluso vi las baterías, las que tienen pintadas un conejo, eso era lo que le daba la energía al motor para surcar el charco. Entonces llegó una ola, tal vez de 400 o 500 kilómetros de alto, y nos golpeó, bueno, no a nosotros, sino al autobús. Lo próximo que recuerdo es la playa. No sabía dónde estábamos. Hice un sextante y guiándome con las estrellas y algunos cálculos rudimentarios, determiné que habíamos llegado a una isla del Pacífico, tal vez a unas 10 millas del Ecuador. Después hicimos trampas y cazamos algunos animales. Eso, más un filtro que construimos usando conchas de mar y coral, nos permitió sobrevivir hasta que fuimos rescatados por un navío alemán».

—¿En serio, Eduardo? Este tipo habla como un loco y termina dando una clase de matemáticas, geografía y supervivencia. Algo anda mal.

—Pues el que viene está peor. Se llama Bernardo. Escucha esto.

«El mar estaba picado. Le dije a Andrés y Carlos que buscaran los salvavidas porque el barco no iba a aguantar. Revisé las cartas de navegación y deduje que lo que teníamos más cerca era un islote, era nuestra única esperanza. Mientras el caos reinaba en el barco, los tres nos lanzamos al agua. Entonces apareció una ballena verde, abrió su boca, nos metimos en ella y el animal nos llevó hacia la metrópolis. Cuando la orca ya no pudo, nos vomitó y unos atlantes nos dejaron en el borde de la piscina, ahí nos recibieron los cocineros y nos alimentaron, creo que no eran caníbales».

—¿Ballena? ¿Atlantes? ¿Piscina? ¿Qué le pasa? Habla bien y de pronto, desvaría.

—Y ahora viene lo más desconcertante. Escucha a Carlos.

«Nos lanzamos al mar, todavía no me explico cómo el bote pudo resistir el oleaje. Lo del barco fue una desgracia porque terminó en una batalla campal. Al rato, algo explotó y nunca más vimos al barco. Nos turnamos para remar y pudimos llegar a la isla, por fortuna, algunas corrientes y el viento estaban de nuestro lado. Pudimos sobrevivir porque en tierra firme había agua, frutos y animales. El mayor peligro eran las serpientes, pero pudimos salir airosos. Solo diez días duró nuestra desgracia».

—¡Estuvieron perdidos casi cinco meses! Entre los tres, este es el más cuerdo, pero ¿diez días? Habla con coherencia, aunque el final no tiene ningún sentido.

—Por eso te lo dije, Daniel. Cada pregunta que hacemos genera un mar de dudas. Los hemos interrogado usando el detector de mentiras y el aparato nos dice que no están mintiendo. No sé qué hacer.

—Habrá que seguir investigando. No le encuentro salida a esto.

—Doctor Schmidt, el ensayo ha sido un éxito. Los psiquiatras Eduardo Esteban y Daniel Díaz no saben cómo manejar las declaraciones de los sobrevivientes. Los especímenes Andrés Armando, Bernardo Bolívar y Carlos Colombo están seguros de que lo vivido es cierto. ¡La implantación de recuerdos está funcionando según lo esperado!

—¿Y qué viene ahora, profesor Scioscia? Esto apenas es un ensayo.

—Revisar los otros 97 ensayos, doctor Schmidt.

San Antonio de Escazú, 24 de marzo de 2023.

Imagen de Lena Eriksson en Pixabay