ACTO I – En el maizal

—Ariadna, voy a contarte una historia que ocurrió en los sembradíos.
—¿En serio, mamá?
—Hace muchos años, en estos campos, vivía un hombre que se ganaba la vida vendiendo sus cosechas. El viejo Clemente era un personaje huraño que nunca le hizo mal a nadie, vivía en su plantación, «En el maizal», la mejor de todas.
—Mamá, no es una historia muy distinta a la nuestra, la única diferencia es que a nosotros nos conocen, mientras que al viejo nadie le hablaba.
—No seas impaciente, niña. Una vez, unos hombres llegaron a estas tierras e hicieron mucho daño a los campesinos. Los robaron, quemaron las siembras y cometieron otras fechorías. Una noche, llegaron a una casa e intentaron matar a los que vivían allí. Cuando estaban a punto de cometer los asesinatos, se escuchó una explosión y uno de los maleantes cayó fulminado. Clemente sospechó que algo malo ocurría, entró a la casa y con su escopeta liquidó a uno de los malhechores.
—¿Y qué pasó después?
—Hirió a varios, pero eran muchos, y no pudo con todos. Al final, los hombres escaparon, y dejaron malherido al pobre viejo, que pasó varios días en el hospital hasta que murió.
—¿Esa es toda la historia?
—Las enfermeras decían que, en las noches, entraba en trance; hablaba una lengua extraña. Un día, el sacerdote del pueblo apareció en el hospital y pidió que lo dejaran a solas con él. Muchos dicen que murió después de confesar sus pecados. Desde entonces, ocurren desapariciones misteriosas, hay pobladores de los que no se sabe más; otros aparecen degollados, cortados en pedazos… como si una bestia los hubiera atacado. La gente dice que la maldición de Clemente se lleva sus almas.
—Mamá, tengo miedo. ¿Eso es cierto?
—Solo se sabe que cuando llega el plenilunio mucha gente desaparece. Qué pasa con esas personas, es algo que nunca se sabe.

ACTO II – Confesiones

—Su Excelencia, el viejo ha muerto. Mientras deliraba, su expresión cambiaba y hablaba latín antiguo. Profería maldiciones y venganzas sobre los forasteros que intentaran dañar a los habitantes del pueblo.
—Sacerdote Morales, mantenga eso como secreto de confesión. Sé que el viejo no dejó herederos y que sus tierras quedarán abandonadas. También sé que todo lo que había en la casa reposa en los depósitos de la congregación. ¿Hay algo más que deba saber?
—Las maldiciones que profirió Clemente eran terribles. Hablaba de muerte, dolor, sacrificio; de metales, sangre, bestias y demonios.
—No crea todo lo que escucha. Es el momento de pasar la página. Que Dios lo guíe.
—Amén.

ACTO III – Ariadna

Ariadna camina en medio de una pesadilla recurrente; la madera de la casa cruje con cada paso.
La niña es sonámbula.
Sus padres duermen, sin sospechar que en medio de la oscuridad, un borracho maloliente observa a Ariadna en el pórtico de la casa. La niña toma asiento en la mecedora de cadenas, que baila al ritmo de la brisa.
El borracho deja una botella de licor cerca de una roca y se acerca a la niña, cuyo pijama rosado se mueve al ritmo de la mecedora. El invasor está detrás de Ariadna y después de golpearla, siente que los dedos de su mano se quiebran.
En medio de la borrachera, el hombre rodea la mecedora, cuando está frente a Ariadna, el corazón del agresor se detiene por un segundo; el rostro angelical de la niña ha desaparecido y en su lugar se asoman los ojos y el hocico de un animal. El hombre cae luego de que la primera dentellada cercena su brazo derecho.
El monstruo levanta al invasor y lo lleva al campo; la sangre del hombre se arrastra como una sierpe tras los pasos de la bestia, que, al llegar al maizal, descuartiza al borracho. El animal regresa al pórtico y deja el lugar impecable, sin un rastro de violencia o sangre. Ariadna, en medio del sueño, entra a la casa y grita luego de despertar.
Los padres, asustados, suben al cuarto de la niña y la encuentran temblando. Les dice que soñó con un monstruo asesino. La madre responde que solo es una pesadilla y que no hay nadie más en la casa sino ellos tres.
El 8 de mayo de 1955, Ariadna despierta y toma una ducha. El agua y el jabón lavan de sus uñas los pocos rastros de sangre del hombre que los noticieros identificarán como un exconvicto descuartizado en un maizal.

San José, 12 y 13 de marzo de 2021
San José, 25 de febrero de 2024

Imagen de Ray Shrewsberry • Pixabay