El verdor ocultaba los restos de la antigua construcción. El viento y el ulular de las aves inundaban todo con un silbido lúgubre y siniestro.
Años atrás, la iglesia gótica había sido un edificio imponente, pero las llamas la redujeron a escombros. El bosque que la rodeaba también fue pasto del fuego, y lo que era un santuario de vida se volvió un infierno de cenizas. La naturaleza mostraba un rostro macabro, repleto de animales muertos y troncos ondulados.
Los lugareños intentaron recuperar la iglesia, aunque después de muchos esfuerzos, abandonaron la idea. Los años pasaron y la arboleda se apoderó de la construcción.
Unos exploradores encontraron las ruinas y, entusiasmados por el hallazgo, caminaron entre los restos. La brisa revolvió el lugar y asustó a los jóvenes, cuyos rostros lucían deformes, además, sus ojos abandonaban las órbitas y sus extremidades se alargaban o reducían.
Desesperados, los jóvenes gritaron e intentaron escapar, pero sus pies se clavaron en los escombros. Los árboles ardían, y sus troncos tomaron formas humanas, similares a las de los exploradores. Ráfagas de colores que provenían del bosque invadieron el viejo edificio y los visitantes se convirtieron en estatuas deformes.
Una fuerte explosión que destruyó varias estatuas anunció la llegada de un espectro de blanca cabellera. En medio de la ventisca, apareció una mujer de cabello rojo sangre que desafió al espectro. Entre ellos se desató una intensa batalla sobre las estatuas destrozadas.
Se escuchó un chasquido y todo el escenario se redujo a un papel arrugado en la mano del niño.
—¡Tomás! ¿Qué estás pintando? —preguntó el padre—.
El hombre desdobló la hoja y observó una extraña reunión de estatuas, una iglesia, árboles y algo parecido a unos fantasmas que volaban encima del resto de los dibujos.
—Vas a tener que dejar de leer tantos libros de fantasía —replicó el papá de Tomás—.
El niño sonrió, tomó el papel y lo arrojó al cesto que estaba lleno de hojas arrugadas.
San Antonio de Escazú, 11 y 12 de marzo de 2021
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